viernes, 20 de mayo de 2011

"En momentos en que el partido de gobierno pretende "anular" en el Parlamento la Ley ya refrendada dos veces en plebiscitos, mucho se discute, pero pocos se animan a decir que la mentada ley fue fruto del "Pacto del Club Naval".


En ese acuerdo, colorados, frentistas y militares pactaron no juzgar a los militares al retornar la democracia y dicho pacto se selló con la prisión de Wilson Ferreira Aldunate para que no fuera candidato.


A continuación se transcribe del libro "Más filosa que la espada", una de las famosas "contratapas" escritas por Julián Murguía en La Democracia, en Agosto de 1984, a días del famoso pacto. Parece escrito ayer.
Que lo disfruten."


El Pactito Feo
(Un cuento para niños)

En una gran laguna, habitada por una fauna muy variada, vivía una vez un pactito feo. El pactito era feo, muy feo, francamente desagradable y no guardaba ninguna relación con los pactos mayores, adultos, con los que debería haber tenido semejanza.

Nunca nadie supo a quien salía, pero todos lo rechazaban cuando se acercaba, impresionados por su fealdad que a todos disgustaba.

Había una pacta con varios pactitos en la laguna. Los pactitos eran afelpados, redondos, preciosos y la madre era blanca, de un blanco purísimo, como la nieve. Cuando el pactito feo se acercaba a jugar con ellos, los pactitos blancos no le hacían caso alguno, dejándolo siempre de lado. Un día, uno de los pactitos blancos le preguntó:

- ¿Por qué tenés esos colores tan feos?

- Porque mi papá es un pacto colorado - dijo el pactito feo - y mi mamá es una pacta roja, blanca y azul.

- ¿Y por qué vos saliste con la mayor parte de las plumas de ese verde tan horrible?

- No sé - dijo el pactito feo y se puso todavía más triste.

Cuando los habitantes de la laguna oyeron la historia, no se explicaban que la pacta ticolor se hubiera dejado "pisar" por el pacto colorado y todos murmuraban sobre el extraño verde aceituna que predominaba en el pactito.

- Algo raro hay en ese matrimonio - decían las viejas chismosas.

Y el pactito, avergonzado de su fealdad y de las miradas irónicas de los demás, buscó el lugar más solitario de la laguna para esconder su miseria. Siempre iba a ser su soledad más soportable en la plena soledad que en medio de los demás.

La parte menos habitada de la laguna era la que lindaba con la última calle del pueblo. Por eso nadie vivía allí, para evitar los hondazos de los chiquilines que solían arrimarse a la orilla para cazar o pescar. Allí se fue a vivir el pactito, escondiéndose entre los juncos para evitar ser visto. Y fue creciendo y creciendo.

Un día, oyó una extraña música que venía por la última calle del pueblo. La música sonaba algo así como "tachín-tachín" y la acompañaban redobles de tambores.

Cediendo a un impulso incontenible, a una atracción casi mágica, el pactito feo salió a la calle y se puso a marchar detrás de los soldados que por allí iban.

La gente del pueblo, asombrada, se puso a discutir que clase de bicho era, sin poder ponerse de acuerdo. Hasta hoy no han podido decidirlo, pero todos los habitantes afirman dos cosas: una, que es tan feo que nadie quiere agarrarlo y la otra, que cada vez que hay un desfile militar, el pactito feo marcha detrás de los soldados. Con paso de ganso.

JULIAN MURGUÍA
La Democracia, 10 de Agosto de 1984.

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