miércoles, 19 de diciembre de 2012

RESULTADOS DE LA PRIVATIZACIÓN DE LA SEGURIDAD


Por Esteban Jardín

La política frenteamplista de “privatizar  la seguridad” de los espectáculos deportivos comenzó a descubrir la peor de sus facetas: la muerte.
Los sucesos de la noche del viernes 14 en el Cordón, a apenas tres o cuatro cuadras de la Avenida 18 de julio, no fueron más que una cuenta en el collar de errores u horrores de la conducción del Ministerio del Interior, empeñado en eludir la responsabilidad del Estado en un aspecto tan vital para las instituciones republicanas como lo es la seguridad pública.
Allí, por intentar defender con su voz su patrimonio murió la ciudadana Soledad Barrios Campoamor, quien con sus frescos 28 años intentó abrirse paso en la vida en base a su esfuerzo e idoneidad.
Atrás en el tiempo quedaron aquellos disparos de arma de fuego frente a la cancha de Cerrito, previo a un partido del equipo local contra Rampla Juniors, gota que derramó un vaso y que llevó a que –poco después- la policía decidiera no entrar más a ese escenario deportivo .
Hace apenas dos semanas en el Estadio Centenario y ante 50.000 espectadores, todo el país vio como la seguridad “privada” de la barra de Peñarol “protegía” a los efectivos policiales que se batían en retirada en la escalinata entre las tribunas Olímpica y Amsterdam del Monumento al Fútbol Mundial, minutos después que un muchacho de 17 años cayera al vacío al intentar trepar un muro.
La diputada Susana Pereira, esposa del ministro del Interior Eduardo Bonomi y asistente al espectáculo, hizo público el secreto a voces que se sabía de que la policía no entraba más a la tribuna Amsterdam cuando juegaba  Peñarol.
Ese fue el más flagrante ejemplo del neoliberalismo progresista del Frente Amplio: dejar el rubro seguridad en manos de “referentes” de las barras futboleras.
Estos, por su parte,  también reconocieron que se ven desbordados por los iracundos, que aprovechan cada oportunidad para agredir con total impunidad, ya sea a funcionarios policiales o a quien se le cruce por delante.
En esa tribuna popular compiten además por la demanda de drogas varias mafias que se mueven con la seguridad que les proporciona el renunciamiento estatal a velar por la seguridad pública.
Además, en determinados partidos de fútbol, la desprotección pasa también a la tribuna Colombes, según saben los propios funcionarios que trabajan en el Estadio Centenario.
¿Cuánto tiempo pasará hasta que la policía deje de entrar en las demás tribunas y todo pase a ser tierra de nadie?
Cuando empezaron los brotes de violencia en los espectáculos deportivos, progresivamente se separaron las hinchadas, se separaron las tribunas, se establecieron “pulmones” de separación, zonas de exclusión y se exigieron filmadoras en las instalaciones y alambradas de más de cuatro metros.
El corolario de esto fue que se llegó a dejar en manos de las instituciones deportivas la responsabilidad del orden público en los espectáculos que ellas organicen.
Así como sucede en el básquetbol, pasa y pasará en el fútbol. ¡Ya no se puede ir a lo que históricamente fue una fiesta de la que participaba toda la familia!
Si son los clubes que organizan los espectáculos los que deben encargarse de la seguridad pública, ¿por qué razón  el gobierno frenteamplista no exige que sean los clubes los que instrumenten sus propios órganos de justicia? Y en esa carrera al vacío ya se le ocurrirá pedir las propias cárceles privadas, donde se alojarán reclusos según sea el equipo al que pertenecen.
Cabe preguntarse aquí quién debe controlar el ingreso con armas  o drogas de los aficionados a los escenarios deportivos.
¿Serán los clubes quienes tengan que poner scaners en las puertas de acceso, porque el Ministerio del Interior no lo hace?
La respuesta es ¡No!
 La ciudadanía exige que sea el Estado el único responsable en asumir ese deber intransferible.
Señor Bonomi: el problema se le fue de las manos. Deje su cargo y no espere a que se lo pida el presidente Mujica, cuya preocupación principal es que se acerca el verano, que todo lo puede y que todo lo olvida.
De una cosa estamos convencidos: quien le sustituya no podrá ser  peor que usted. 
  

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