Por Esteban Jardín
La política frenteamplista de
“privatizar la seguridad” de los
espectáculos deportivos comenzó a descubrir la peor de sus facetas: la muerte.
Los sucesos de la noche del viernes 14 en
el Cordón, a apenas tres o cuatro cuadras de la Avenida 18 de julio, no fueron
más que una cuenta en el collar de errores u horrores de la conducción del
Ministerio del Interior, empeñado en eludir la responsabilidad del Estado en un
aspecto tan vital para las instituciones republicanas como lo es la seguridad
pública.
Allí, por intentar defender con su voz su
patrimonio murió la ciudadana Soledad Barrios Campoamor, quien con sus frescos
28 años intentó abrirse paso en la vida en base a su esfuerzo e idoneidad.
Atrás en el tiempo quedaron aquellos
disparos de arma de fuego frente a la cancha de Cerrito, previo a un partido
del equipo local contra Rampla Juniors, gota que derramó un vaso y que llevó a
que –poco después- la policía decidiera no entrar más a ese escenario deportivo
.
Hace apenas dos semanas en el Estadio
Centenario y ante 50.000 espectadores, todo el país vio como la seguridad
“privada” de la barra de Peñarol “protegía” a los efectivos policiales que se
batían en retirada en la escalinata entre las tribunas Olímpica y Amsterdam del
Monumento al Fútbol Mundial, minutos después que un muchacho de 17 años cayera
al vacío al intentar trepar un muro.
La diputada Susana Pereira, esposa del
ministro del Interior Eduardo Bonomi y asistente al espectáculo, hizo público
el secreto a voces que se sabía de que la policía no entraba más a la tribuna
Amsterdam cuando juegaba Peñarol.
Ese fue el más flagrante ejemplo del neoliberalismo
progresista del Frente Amplio: dejar el rubro seguridad en manos de “referentes”
de las barras futboleras.
Estos, por su parte, también reconocieron que se ven desbordados
por los iracundos, que aprovechan cada oportunidad para agredir con total
impunidad, ya sea a funcionarios policiales o a quien se le cruce por delante.
En esa tribuna popular compiten además por
la demanda de drogas varias mafias que se mueven con la seguridad que les
proporciona el renunciamiento estatal a velar por la seguridad pública.
Además, en determinados partidos de fútbol,
la desprotección pasa también a la tribuna Colombes, según saben los propios
funcionarios que trabajan en el Estadio Centenario.
¿Cuánto tiempo pasará hasta que la policía
deje de entrar en las demás tribunas y todo pase a ser tierra de nadie?
Cuando empezaron los brotes de violencia en
los espectáculos deportivos, progresivamente se separaron las hinchadas, se
separaron las tribunas, se establecieron “pulmones” de separación, zonas de
exclusión y se exigieron filmadoras en las instalaciones y alambradas de más de
cuatro metros.
El corolario de esto fue que se llegó a
dejar en manos de las instituciones deportivas la responsabilidad del orden
público en los espectáculos que ellas organicen.
Así como sucede en el básquetbol, pasa y
pasará en el fútbol. ¡Ya no se puede ir a lo que históricamente fue una fiesta
de la que participaba toda la familia!
Si son los clubes que organizan los
espectáculos los que deben encargarse de la seguridad pública, ¿por qué razón el gobierno frenteamplista no exige que sean
los clubes los que instrumenten sus propios órganos de justicia? Y en esa
carrera al vacío ya se le ocurrirá pedir las propias cárceles privadas, donde
se alojarán reclusos según sea el equipo al que pertenecen.
Cabe preguntarse aquí quién debe controlar
el ingreso con armas o drogas de los aficionados
a los escenarios deportivos.
¿Serán los clubes quienes tengan que poner
scaners en las puertas de acceso, porque el Ministerio del Interior no lo hace?
La respuesta es ¡No!
La
ciudadanía exige que sea el Estado el único responsable en asumir ese deber
intransferible.
Señor Bonomi: el problema se le fue de las
manos. Deje su cargo y no espere a que se lo pida el presidente Mujica, cuya
preocupación principal es que se acerca el verano, que todo lo puede y que todo
lo olvida.
De una cosa estamos convencidos: quien le
sustituya no podrá ser peor que usted.
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